LOS SIETE DOMINGOS DE SAN JOSÉ |
Para continuar la tradición de origen en el siglo XVI que consiste en dedicar los siete domingos anteriores a la fiesta de San José, a acudir con especial detenimiento al Esposo de María Virgen, para expresarle cariño y pedirle mercedes. |
PRIMER DOMINGO DE SAN JOSÉ
Hay una encantadora tradición cuyo origen se remonta al siglo XVI –con ocasión del naufragio de una carabela- que consiste en dedicar los siete domingos anteriores a la fiesta de San José, a acudir con especial detenimiento al Esposo de María Virgen, para expresarle cariño y pedirle mercedes. Se suelen «contemplar», considerar, ponderar, los principales misterios acontecidos a los largo de su vida en la tierra entretejidos de gozos y dolores, en los que se refleja de algún modo toda vida humana, la nuestra, y en la que encontramos luz, serenidad, fortaleza, sentido sobrenatural, amor a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo y a la Santísima Virgen. Hoy, o incluso, a lo largo de la semana, podemos meditar sobre el siguiente dolor y el correspondiente gozo:
Dolor: El de pensar que no era digno de permanecer junto a María su Esposa Inmaculada, al conocer que prodigiosamente se había convertido en Madre (cf Mt 1, 18)
Gozo: Al recibir la noticia del Angel de que no debía tener reparo en recibir a María en su casa como Esposa, pues, en efecto, él había de ser padre adoptivo del hijo de la Virgen Santa (cf Mt 1, 20)
Lope de Vega (en Pastores de Belén) tiene unos versos encantadores sobre aquel drama tremendo desarrollando en la conciencia de San José. En realidad la duda del Santo Patriarca era no sobre la virginidad de su Esposa, sino sobre su papel en el misterio del «Emmanuel», inopinadamente realizado en María. Pero vale la pena leer los versos de Lope por la sensibilidad que manifiesta el poeta ante la belleza del «santo engendrado, que de Dios es todo»:
Afligido está José
de ver a su esposa grávida,
porque de tan gran misterio
no puede entender la causa.
Sabe que la Virgen bella
es pura, divina y santa,
pero no sabe que es Dios
el fruto de sus entrañas.
El llora, y la Virgen llora,
pero no le dice nada,
aunque sus ojos divinos
lo que duda le declaran.
Que como tiene en el pecho
el sol la niña sagrada,
como por cristales puros
los rayos divinos pasan.
Mira José su hermosura
y vergüenza sacrosanta,
y admirado y pensativo
se determina a dejarla.
Mas advirtiéndole en sueños
el ángel, que es obra sacra
del Espíritu divino,
despierta y vuelve a buscarla.
Con lágrimas de alegría
el divino patriarca
contempla a la Virgen bella,
y ella llorando le habla (...)
Adora José al niño,
porque a Dios en carne humana
antes que salga a la tierra,
ve con los ojos del alma (...)
Los ángeles que asistían
del rey divino a la guarda,
viendo tan tierno a José,
de esta manera le cantan:
Bien podéis persuadiros,
divino esposo,
que este santo engendrado
de Dios es todo.
Mirad la hermosura
del santo rostro,
que respeta el cielo
lleno de gozo:
hijo de David,
no estéis temeroso,
que este santo engendrado
de Dios es todo.
De esta bella palma
el fruto amoroso,
ha de ser del mundo
remedio solo:
de esta niña os dicen,
las de sus ojos,
que este santo preñado
de Dios es todo
Tengo por cierto que san José recordaría las palabras de la Sagrada Escritura, con frecuencia meditadas: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros» (Is 7, 14). Cuál sería su sorpresa al advertir que su «desposada» María, radiante de pureza, antes, por cierto, de que se celebrase «la boda» y la llevase según las costumbres del lugar a su casa, en estado de buena esperanza. Sin saberlo se había desposado con la virgen anunciada por el profeta hacía siglos. ¡Inmenso error!, pensó. Se había entrometido como de rondón en los planes de Dios.
¿Qué hacer en tan singular situación?
Si seguía adelante hasta la boda, se pensaría que el hijo era suyo, como así sucedió; lo cual le parecía inoportuno, una especie de suplantación de la personalidad divina.
Si anunciaba su marcha, «denunciaba», es decir, revelaba, el gran misterio que María no quería revelar y eso tampoco le parecía justo. Nadie le había otorgado esa misión profética.
Por eso decidió «separarse», o «abandonar» «sin decir nada a nadie», a su «esposa» antes de la «boda». Dios se encargaría de encauzar los acontecimientos sin su supuesto estorbo. Esta interpretación es conforme con el texto original del Evangelio.
José estaba equivocado, por falta de datos, pero se ve que actuaba en plena conformidad con los que tenía, según su conciencia. José es un hombre «justo», es decir, según la Escritura, piadoso y lleno de virtudes, un hombre santo. No actuaba a la ligera. Podía decirse de él, lo mismo que de María: «ponderaba las cosas en su corazón». Era un hombre de conciencia. Y en conciencia decidió hacer lo que más le costaba: abandonar a María, que ya había pasado a ser la razón de su vida, de los latidos de su corazón, de cada uno de sus pasos en la tierra.
Inmenso dolor el de San José, que la Providencia amorosa del Padre celestial no quiso evitarle. Le dejó plantearse el problema sin contar con todos los datos. Permitió el error de su juicio y al fin le envió un ángel para resolver cualquier sombra de duda.
Inmensa fue su alegría al recibir -en sueños- la noticia del Angel: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo que en ella ha sido concebido –en efecto [como tú bien sabes]- es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y [lo que ahora te revelo es que] le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt 1, 20-21)
Por este dolor y este gozo, acompáñanos siempre, ¡ayúdanos!, en nuestras grandes o pequeñas noches oscuras del alma, cuando no entendamos los designios de Dios o no sepamos descubrir su amabilísima Voluntad en los sucesos de cada día. Ayúdanos a ser humildes, a permanecer en oración, hasta de noche, en sueños, para que -fieles- alcancemos la gracia de la perseverancia final. Que agradezcamos al Señor cada instante de nuestra existencia, seguros de que pase lo que pase siempre aguarda una tarea importante que cumplir en la obra de la Redención.
San José, Padre y Señor, ruega por nosotros.